01 d’agost 2010

L'edifici fa l'escola?

Ara farà sis cursos que es va crear una nova escola pública a Roses. Aquest serà el sisè curs que aquesta escola es troba en barracons. No només les instal.lacions, sino també la seva ubicació, és provisional. Ja n’ha tingut dues diferents fins ara. La meva filla petita hi és des dels seus inicis, i com ella, la majoria dels seus companys de classe.

Ara hem sabut que la construcció del centre definitiu, pel qual l’Ajuntament ja ha cedit els terrenys, està paralitzat per Ensenyament de forma indefinida per manca de pressupost.

Penso en la meva etapa escolar i m’adono que tots els meus records van associats a espais físics: el pati petit, amb l’estrella dins d’un cercle en un costat, que ens servia d’escenari per molts dels nostres jocs; l’enorme menjador i el seu quadre gegant, que havia patit tota mena d’atacs, com el de les croquetes de peix voladores: la sala d’actes amb la seva lleugera pendent, que servia també de sala de jocs els dies de pluja; el preciós i lluminós passadís amb les seves rajoles en tons verds i els grans finestrals, tot plè de plantes; el jardí on no se’ns permetia entrar, i del qual provenien les temudes fileres de processionària; les aules, cadascuna d’elles amb la seva característica especial, com aquella que tenia un pati al qual ens van prohibir sortir per risc d’esfondrament; la part de clausura, que vaig explorar el dia que em vaig permetre una “gamberrada”; la preciosa esglèsia, en que periòdicament creiem presenciar miracles. Així podria seguir fins a fer una llarguíssima llista.


Tinc un record meravellós de la meva escola, i aquest record va indissolublement lligat als seus espais. Per molt que l’ensenyament va ser bo i que recordo també totes les persones que van contribuir allà a la meva educació, algunes amb més afecte que d’altres, la meva escola va ser per mi, sobretot un espai on vaig passar la major part del temps durant 10 anys de la meva vida.
No sé quín record els quedarà als alumnes del Montserrat Vayreda en el futur. Espero que les parets no siguin tan importants. Però de moment les meva filla petita recorda, de la primera ubicació de l’escola, “el pati que fa sang”, perquè són incomptables les vegades que hi havia caigut; totes dues parlen de les parets de plàstic que s’enfonsen. Tampoc son prou conscients de la diferència amb una escola de veritat, perquè no l’han coneguda. Però jo sí, i em sap greu.

5 comentaris:

Juanjo Albors ha dit...

A tu pregunta, Carolina, si “L’edifici fa l’escola?” tengo que contestarte que sí, que si no la hace totalmente al menos sí interviene profundamente, al igual que la calidad de los espacios de una vivienda o una plaza intervienen en el comportamiento de las personas que los usan.

Recuerdo unas palabras de Melina Mercuri cuando hablaba como política griega, no como actriz de cine: “Si nos preocupamos del aire contaminado, ¿por qué no nos preocupamos de la arquitectura contaminada?”.

Porque arquitectura contaminada es la que nos muestras. La que pudo ser válida para salvar un curso escolar en el que lo más importante era que pudiera iniciarse pero que seis años más tarde ha perdido validez y ha ganado en desidia.

Volviendo a mi Montessori de niño del que un día te hablé: Recuerdo que estaba en una gran casa señorial del Barri Vell de Barcelona. No era un colegio de lujo, era una escuela pública del Ayuntamiento. Recuerdo especialmente un gran patio-jardín en el que nos introdujimos en el mundo de las flores y las plantas, dentro de una árida zona urbana en la que pisar los pocos parterres que existían en las calles estaba prohibido. Habían también unas inmensas jaulas, de tres metros de diámetro y tres de altura (antigua vivienda de los pájaros de la familia anterior propietaria). Estas jaulas fueron la escenografía perfecta de múltiples batallas imaginarias con sus correspondientes rescates. Y las grandes moreras (entonces me parecía todo inmenso) que nos daban sombra en verano, sol en invierno y alimento para orugas en primavera. Y la arquitectura noucentista del edificio quizás fue, sin ser consciente de ello, la que influyó en mi elección profesional. Posiblemente, si mi educación se hubiera desarrollado en un edificio como los que nos muestras me hubiera dedicado a un trabajo relacionado con demoliciones.
Yo también lo siento, Carolina, porque sé lo que representa y lo que puede influir perniciosamente en la educación de los primeros años, los más receptivos: El acostumbrarse a lo que les rodea y pensar que es lo natural.

Juanjo Albors ha dit...

A tu pregunta, Carolina, si “L’edifici fa l’escola?” tengo que contestarte que sí, que si no la hace totalmente al menos sí interviene profundamente, al igual que la calidad de los espacios de una vivienda o una plaza intervienen en el comportamiento de las personas que los usan.

Recuerdo unas palabras de Melina Mercuri cuando hablaba como política griega, no como actriz de cine: “Si nos preocupamos del aire contaminado, ¿por qué no nos preocupamos de la arquitectura contaminada?”.

Porque arquitectura contaminada es la que nos muestras. La que pudo ser válida para salvar un curso escolar en el que lo más importante era que pudiera iniciarse pero que seis años más tarde ha perdido validez y ha ganado en desidia.

Volviendo a mi Montessori de niño del que un día te hablé: Recuerdo que estaba en una gran casa señorial del Barri Vell de Barcelona. No era un colegio de lujo, era una escuela pública del Ayuntamiento. Recuerdo especialmente un gran patio-jardín en el que nos introdujimos en el mundo de las flores y las plantas, dentro de una árida zona urbana en la que pisar los pocos parterres que existían en las calles estaba prohibido. Habían también unas inmensas jaulas, de tres metros de diámetro y tres de altura (antigua vivienda de los pájaros de la familia anterior propietaria). Estas jaulas fueron la escenografía perfecta de múltiples batallas imaginarias con sus correspondientes rescates. Y las grandes moreras (entonces me parecía todo inmenso) que nos daban sombra en verano, sol en invierno y alimento para orugas en primavera. Y la arquitectura noucentista del edificio quizás fue, sin ser consciente de ello, la que influyó en mi elección profesional. Posiblemente, si mi educación se hubiera desarrollado en un edificio como los que nos muestras me hubiera dedicado a un trabajo relacionado con demoliciones.
Yo también lo siento, Carolina, porque sé lo que representa y lo que puede influir perniciosamente en la educación de los primeros años, los más receptivos: El acostumbrarse a lo que les rodea y pensar que es lo natural.

Carolina Tomas ha dit...

Gràcies Juanjo, per la teva resposta, que m'ha ajudat a veure que no podem resignar-nos a continuar en aquesta situació. Jo em preguntava si als nens els influiria, perquè el que sí tinc clar és que per a l'equip docent, l'espai, la major o menor comoditat de les instal.lacions on treballen i els recursos amb que compten, són fonamentals. Ara veig que per als nens també. I aquí és ón arriba la segona pregunta: i què podem fer per resoldre d'una vegada aquesta qüestió? Cóm aconseguir el que hem esperat amb paciència? S'ha decidit començar a fer soroll i mobilitzacions per cridar l'atenció, després d'haver arribat fins aquí amb diàlegs i promeses. Hi ha alguna altra cosa que poguem fer?

Juanjo Albors ha dit...

... Una verja que se abre haciendo ruido. Ese rugido del portón en la destartalada casa de la playa de St. Ives fue para Virginia Woolf un recuerdo de las horas largas del verano sin el que, como escribió ella misma en sus diarios, su vida hubiera sido distinta. “La vida (en Little Holland House) se me antoja un mundo de tarde de verano” escribe en las entradas recogidas en Momentos de vida (Debolsillo). ¿Hasta qué punto dependen esas sensaciones de la arquitectura? ¿Cuántos de nuestros recuerdos son de los lugares donde sucedieron las cosas? ¿Hasta que punto son esas sensaciones mismas arquitectura? La arquitectura y el verano son un tema tan rico en sugerencias como la idea de la arquitectura como protectora del fuego del hogar.

(De un artículo de Anatxu Zabalbeascoa en El País del 1 de agosto)

Juanjo Albors ha dit...

... Una verja que se abre haciendo ruido. Ese rugido del portón en la destartalada casa de la playa de St. Ives fue para Virginia Woolf un recuerdo de las horas largas del verano sin el que, como escribió ella misma en sus diarios, su vida hubiera sido distinta. “La vida (en Little Holland House) se me antoja un mundo de tarde de verano” escribe en las entradas recogidas en Momentos de vida (Debolsillo). ¿Hasta qué punto dependen esas sensaciones de la arquitectura? ¿Cuántos de nuestros recuerdos son de los lugares donde sucedieron las cosas? ¿Hasta que punto son esas sensaciones mismas arquitectura? La arquitectura y el verano son un tema tan rico en sugerencias como la idea de la arquitectura como protectora del fuego del hogar.

(De un artículo de Anatxu Zabalbeascoa en El País del 1 de agosto)